Yo no las obligo. Nunca lo he hecho y nunca lo voy a hacer. Ellas solas se doblegan ante él. Mis letras le marcan el compás a mis palabras, y estas a su vez le atinan a mis intenciones.
Aún recuerdo el momento en que mi vida se tiñó del azul más bonito del mundo. Era martes, de noche, y él supo cuándo, cómo y el lugar preciso para elevar mi espíritu con un hálito de vida que fue sucediendo en cámara lenta, o bueno, tal vez así se me volvió todo.